9 abr 2011

Animales de compañía...

Ahora, tras haber vivido más de 3/4 de siglo, es decir, a la vejéz, me vienen a la memoria muchos buenos recuerdos de mi infancia (a esas edades, lo que se recuerda es casi todo bueno) y hace que vuelva a vivirlos tal si fuera algo todavía cercano y me alegra. A veces incluso lo voy recordando y a la vez escribiendo por si me sirve de gimnasia mental tan recomendable -dicen- a mi edad.
Por ejemplo; hace unos días, viendo un programa de televisión dedicado a los animales de compañia que ejercen de "mascotas" me acordaba que en casa de mis padres siempre tuvimos animales. Además de las caballerias con que se labraban las tierras y el cerdo en plan de cebo para la tradicional matanza, teníamos unas cabras, algunos conejos, un par de docenas de gallinas y un pequeño palomar. Las mulas para realizar las tareas del campo, y con los otros animales teníamos carne, leche fresca, huevos recien puestos... es decir, lo que llamábamos "el apaño de la casa". Pues eran tiempos de escaseces: la guerra civil y la inmediata y dura post-guerra fueron años de "vacas flacas" y cualquier recurso beneficiaba la despensa.
Pero, como quiero referirme al papel de los animales domésticos, en parcular los de compañía, uno de los que mejor recuerdo fué un perro de raza indefinida, pequeño, de pelo color crema con el hocico, las orejas y el lomo hasta el rabo de color mas oscuro, muy hermoso, al que llamábamos "Kuky", un poco golfo, eso sí, hasta donde podía serlo, claro, pero muy listo. Gatos también teníamos y a veces más de uno y de varios colores: pardos, con manchas blancas y negras, colorados o rubios y alguno alfombrado. Los gatos, aunque aceptaban caricias, hacían una vida algo más independiente que otros animales y sobre todo vivian de noche, ya que los ámplios patios de aquellas casas, el corral donde se guarda la leña, el pajar, el granero... eran espacios donde aparecian ratones y ellos, los gatos, desde pequeños aprendían a ejercer funciones del mejor raticida no contaminante. Recuerdo especialmente uno, blanco y negro, de tamaño considerable, al que llamábamos "Manolo", que además de ejercer de "animal de compañia" nos hacía otro buen servicio. Cuando nos íbamos a dormir desaparecía sigilosamente y poco antes de amanecer se posaba en el poyete de la ventana de nuestro dormitorio y se ponía a maullar para que le diésemos entrada, con lo cual, a mí que tenía que madrugar para ir a trabajar al campo, si me dormia, sus maullidos me servian de despertador. Le abríamos la puerta y tras "ronronear" a modo de agradecimiento por efecto de nuestras caricias, como había estado de caza toda la noche, se acomodaba a los pies de la cuna donde descansaba nuestro hijo y era una delicia verles dormir a los dos. Hasta que un día no volvió y le perdimos para siempre.
Ahora a nuestro hijo, con edad de tener nietos, se le pregunta por "Manolo" y aún dice que era SU gato.
Saludos amigos.
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