6 jun 2010

Ser ausente no sale gratis.

Ni los años, ni la distancia que nos separe de nuestro pueblo, ni por distintos que sean los modos de vida que hayamos adoptado en el lugar elegido, a los tomelloseros de casta, a los que nos honra demostrar que somos manchegos por los cuatro costados, está claro que nada de ello hará que dejemos de serlo, ya que nos alimentamos de las raíces que aún tenemos prendidas a nuestra tierra, o lugar de orígen.
De ahí que, en nuestro caso, hayamos visitado el pueblo cuando menos una vez al año y en fechas festivas o coincidentes con alguna celebración familiar. Otras veces los motivos no fueron precisamente festivos, si no que obedecían a visitas por enfermedad grave o fallecimiento de algún familiar querido.
Hoy me permito dedicar esta entrada a una gran persona y muy amiga que acaba de fallecer: M.L.R. (e. p. d.) compartiendo desde la distancia el dolor y la pena con sus deudos. Al mismo tiempo me permito una breve referencia sobre cuándo y cómo prendió con más fuerza nuestra amistad con M. por encima del trato de vecindad que tuviésen en otros tiempos nuestras familias. Comenzó todo en el acto de presentación del libro "Mi Otra Voz" al que asistió la primera autoridad local de mi pueblo, quién antes de despedirnos me hablo de la posibilidad de crear un centro de ámbito comarcal, donde rehabiliatarse los laringectomizados (que no eran pocos, decía él) y si podía contar con mi colaboración. Su ruego hizo que me sintiese mas tomellosero que nunca, y le pregunté si tenía quién coordinara las tareas del centro, y como si ya lo tuviera estudiado, me dijo: "Yo te pondré en contacto con tía M. y ella se encargará de todo. Le hará mucha ilusión, ya lo verás" ¡Qué bien conocía él a su tía!. Para mí significó dar un paso más en mi compromiso de ayuda a otros laringectomizados mas desafortunados de lo que fuese yo.
Los primeros años, una vez en marcha el Centro, yo les visitaba con frecuencia hasta ver que ellos mismos, ejerciendo la auto-ayuda en grupo, se bastaban. Pues el solo hecho de ver con la ilusión que se entregaban en las clases de prácticas compensaba cualquier sacrificio adicional a que hubiese lugar. Y todo ello, incluido el excelente clima de fraternidad del ambiente, fué tarea de la Junta Local de la AECC, magistralmente presidida por M.L., estoy seguro.
Por tanto, dar el último adiós a M. y llorarla desde tan lejos forma parte del precio que algunos de nosotros hemos de pagar, por ser "ausentes".
Saludos, amigos.
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