30 may 2010

Y quién alguna vez no .........

Hojeando mi pequeño diccionario de sinónimos me detengo en la palabra delito, palabra que con tanta frecuencia se repite ahora en torno a las corruptelas de todo tipo que tanto y tantos estamos sufriendo (anteponiendo lo de "presunto" eso sí) y según las diversas acepciones que aparecen entiendo que casi todos, unos más que otros, la mayoría sin intención de hacer daño a nadie hemos delinquido alguna vez.

Por ejemplo: llevar un saco de trigo, centeno o cualquier otro cereal al molino (eso estaba prohibido, a pesar del hambre, recién acabada la guerra) y convertirlo en harina para hacer pan de consumo propio significaba transgredir la ley (...)
O que un "carcelero" uniformado, estando de servicio ofreciera un cigarro a un viejo amigo de la familia preso por sus ideales políticos se entendiese como delito, a mí no me cabe ninguna duda de que, voluntaria o involuntariamente, todos hemos delinquido.

En el primer caso, ese padre de familia que ocultándose bajo la obscuridad de la noche para pasar desapercibido, se arriesgaba a ser visto, detenido y castigado por la guardia civil y tachado de delincuente-infractor, al ser descubierto no pudo evitar pasar una noche en un calabozo y pagar una multa para salir en libertad al día siguiente, no se si con o sin cargos, pero sí humillado por ser -a juicio de la benemérita- un indeseable, un fuera de la ley, y sin mil pesetas de entonces.

En el segundo, en el caso del "carcelero", como había sido de los últimos reclutados para la guerra en el bando republicano y vió que aquello no iba con él, desertó unos meses antes de acabar y los ganadores le premiaron con un lustroso uniforme y la "voluntad" de ejercer de oficial de prisiones en una de las cárceles habilitadas en lo que era un colegio de primera enseñanza. Este sucedido lo contaré con algún detalle, por que tiene su "miaja" de gracia.

El colegio-carcel al que me refiero tiene una pared con alambrada para que los niños no puedan salir a la calle. Los presos, como el día era claro, tomaban el sol y paseaban por el jardín vigilados por estos carceleros uniformados desde fuera de la verja. Y eh aquí que uno de los vigilantes (me parece mejor que llamarles carceleros) mirando fijamente a un señor mayor, con inevitable sorpresa/disgusto, le dijo:
- ¿Pero usted aquí?

- ¡Ea, hijo! donde quieres que esté, si me han traido ellos.

No lo puedo creer. Ya les diré yo quién es usted y verá cómo lo entienden y -en su caso- corrigen el error que hayan podido cometer.

Mi padre (no quiero callar más quién era el "carcelero") le pidió que se acercara a la valla y como sabía que era fumador, por uno de los ojos de la alambrada le introdujo un cigarro puro sin darse cuenta de que otro carcelero, éste con galones, le observaba y le hizo presentarse y aceptar haber cometido uno de los mas serios delitos que podían cometerse en los primeros tiempos de post-guerra.

Pero si este buen hombre es un viejo amigo de mi familia y vecino -dijo mi padre- incapáz de hacer mal a nadie ¡por favor!.

- Es igual, camarada, el caso es que está aquí y por algo será, bla, bla, bla,...

Consecuencia: relevarle y desautorizarle para usar el uniforme, como mal menor. Claro, que gracias a que mi padre fué "desertor" del ejército contrario y como no tenía antecedentes desfavorables, la condena no pasó de ahí. Después lo comentábamos como una anécdota más y le añadíamos cantidad de ingredientes para hartarnos de reir.

Un saludo afectuoso a quienes pasais por este blog.
Adios.
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