18 abr 2010

Ayer, sin ir más lejos.

Cuando salgo de casa y voy caminando por la acera de cualquier calle (ayer sin ir más lejos) y veo a personas, muchas de ellas aun jóvenes, arrodilladas y en silencio, con la cabeza gacha y la mirada dirigida hacia ninguna parte, con un cartón escrito donde puede leerse un enternecedor mensaje sobre su desesperada situación y lo que esperan de nosotros, los viandantes, sosteniendo en una mano un vaso de papel e implorando que la gente se apiade de ellas y deposite en él lo que sea su voluntad. A veces, me detengo ante ellas y les echo una moneda consciente -pobre de mí- de que con tan poca cosa poco o nada puedo hacer por esa persona, aun así me da las gracias y hasta hay quién me regala una sonrisa.
Sin embargo, y no me atrevo a decir por qué, no lo se, llevo un poco tiempo que siento curiosidad más que por saber quienes son esas personas y conocer los motivos que les haya llevado a esa situación, lo que me intriga es en qué pensarán si la capacidad de pensar no se les ha agotado, todavia, estas gentes menesterosas, tan desafortunadas, forzadas a sobrevivir de la caridad y a las que el futuro se les niega absolutamente, mientras observan que los demás vamos de un lado para otro, casi todos con prisa, amparados en lo que podríamos llamar "actividad ordinaria". para quedar bién. También deben ver o leer, y esto es lo peor, el derroche o despilfarro que parte de la sociedad ejerce descarada y desconsideradamente.
No quiero imaginar que esas personas jóvenes, mendigos, a los que me refiero, seguro que muchos de ellos con envidiable formación, consideren agotada toda posibilidad de adquirir un dia u otro el mínimo compromiso laboral y social que les permita obtener recursos económicos y compartir algo (no digo todo) de lo bueno que vaya poniendo a nuestra disposición la vida moderna. ¡Qué menos!
Pero bueno, como vemos que la abundancia excesiva no conlleva la felicidad completa, mantengamos la esperanza de que se modere el consumísmo despiadado y se nos inculque el valor de la solidaridad, por encima de todo, para que las cifras de indigentes sea cada día menor.
Hasta luego y buena suerte.
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