13 ene 2010

La solidaridad llevada a la práctica

Acababa de cruzar la calle por el paso señalado para peatones y al tomar la acera oigo que me dicen:
- Andrés, qué alegria de verte.
Hola, igualmente -respondí-. ¿Cómo está R.? le pregunté. (R. es su marido, operado de cáncer de laringe igual que yo, a quién fuí a visitar a la Clínica y después a domicilio, con el fin aliviarles hasta donde mi presencia pudiese hacerlo) y a quién hace mucho que no veo, ni a la amiga que me pidió visitarles tampoco.
- R. está bastante bién -dijo ella- pero no sale mucho de casa aunque realiza su trabajo con escasas limitaciones y no para de hablar, oye. Se ve que tomó al pie de la letra aquello que le dijiste; "que practicara poco rato, pero muchas veces al día" y no te imaginas lo bien que le va, por que él dice que no se cansa.
Dile que me llame y quedamos para tomar un café. Me gustaría saber si todo lo que le dije sobre cómo realizar los ejercicios básicos para comenzar a romper el obligado silencio le ha sido de alguna utilidad.
- No lo dudes, tú sabes que sí, las instrucciones que le diste le han servido de tanto, como a nosotros tu reflexión optimista acerca de la rehabilitación integral que alcanzaría una vez terminado el periodo convaleciente. Si vieses cómo, entre otros llamémosle componentes, cuida su imágen, te sorprendería el afán que tiene por pasar desapercibido entre los no laringectomizados. Y eso dice que también te lo debe a tí, dado al favorable efecto que le hizo tu imágen el día que nos visitaste en la Clínica.
Pues no sabes cuanto me alegra todo lo que me dices, aunque mi intención, mi compromiso, era solo el de transmitirle confianza, comentándole lo positivo de mi experiencia y convencerle de que podría notar algún cámbio en su vida, pero no necesariamente a peor. Y si él se siente felizmente recuperado sabe muy bien que hay que atribuirlo al gran apoyo familiar que tiene, que ha tenido siempre, y por supuesto a su propia fuerza de voluntad, a su amor propio. Mi contribución no merece la menor importancia, ya que mi ayuda solo fué testimonial.
- Cómo eres, hay que ver.
Ah, no os he presentado, perdona, es una amiga, M., que ya te conoce por lo que hablamos en casa del señor C. y lo mucho que significó conocerte para toda nuestra familia. Mis hijas cuando nos dicen que te han visto y os habeis saludado nos lo comentan con alegría.
Bueno, ellas, las dos amigas, se quedaron hablando de lo mismo y yo me despedí un pelín ruborizado. Creo que con la edad estoy perdiendo cualidades, y lo asumo, pero me temo que la timidéz me acompañará hasta el final.
Si resulto pesado, lo siento. Pero no me sale mejor.
Saludos afectuosos.
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